Accidente fatal

Pasaba de media noche cuando recibí el mensaje, no solía ir con los paramédicos pero aquella noche había faltado Rox, así que no tuve otro remedio que asistir a estos. En el camino uno de ellos me explicaba que el accidente había ocurrido en pleno centro, unos muchachos corriendo en moto y al parecer habían perdido el control de esta, en realidad los detalles no los tenían muy claros, excepto que eran una joven y su novio. La dirección era Tulane Ave y no estabamos más que a unos minutos de ella, el conductor iba como alma que lleva el diablo, así que llegaríamos en la mitad del tiempo requerido.

Todo pasó tan de prisa que no me di cuenta qué nos había pasado, un golpe, un movimiento brusco, justo al llegar a la avenida, un hombre había atravesado la calle en estado inconveniente y cuando el chofer quiso esquivarlo, se fue a empotrar contra una valla. Abrí los ojos, no estaba herida pero mi compañero, Daniel si que lo estaba. Me acerqué a él con dificulta y comprobé que no tenía pulso.

-¿Joseph, estás bien?

Grité pero no me respondió. Intentaba abrir la portezuela trasera pero desde dentro parecía inútil. Una lágrima recorrió mi rostro, Daniel, un joven y prometedor paramédico, había perdido la vida al instante, posiblemente se había desnucado y yo no podía salir. Mi celular no tenía señal y no encontraba el radio de Daniel por ningún lado. Tendría que esperar y rezar para que la ambulancia no se hubiera dañado de tal modo que todo se prendiera fuego. Me sentía mareada y con nauseas, sabía que era un momento difícil, además de que los jóvenes por los que íbamos, tendrían que esperar aún más.

El sol había dejado paso a los hijos de la noche.
Con mi despertar llegaron ansias distintas del hambre... Salir, dar una bocanada de libertad y adrenalina, una vivificante práctica que había descubierto hace casi doscientos años. "Cosa de humanos", había opinado Jean Claude, un joven chupa sangre cuyo paradero hace tiempo me era desconocido.
"Y por fortuna. Algunos estamos más muertos que otros" pensé "No reconocer otro sabor que el del vital elixir que bombean los corazones, es vivir por siempre sin siquiera vivir"...
Desde siempre había guardado, por no decir atesorado, esas curiosas sensaciones que día a día, año a año, centuria a centuria se iban haciendo más grises, más opacas... Al punto de quedar reducidas a meros recuerdos.
No. La adrenalina de la velocidad era mi amiga desde que la había descubierto.
Subí al corcel de metal que había obtenido al llegar a Lousiana, omití utilizar el casco, pero sí mis guantes de cuero reforzado... Mas por una cuestión estética que por otra cosa.
Minutos más tarde, ya me encontraba deborando las calles nocturnas de New Orleans.
Algo que desconocía, era la posibilidad de encontrar un nuevo objeto de interés además del motor que me movía hace casi quinientos años... Desde que conociera por primera vez el odio inmortal.

No escuchaba sirenas, en realidad no escuchaba casi nada. Posiblemente tardarían unos minutos en darse cuenta que la ambulancia había tenido un irónico accidente. Había sido una semana larga y ahora me daba cuenta que no sabía yo bien cuán larga iba a ser. Me senté y comencé a respirar con calma, mirando a otro lado que no fuese el cuerpo sin vida de Daniel. Ni siquiera sabía sus apellidos, si tenía padres o esposa, o peor, hijos.

Intenté no pensar en ello, ni en la posibilidad de que hubiera muerto también de no ser porque él me había cedido su lugaral final de la ambulancia y de costado, no de frente como el que ocupó él. De pronto me pareció escuchar un sonido afuera, quizás un auto o una moto, lo que fuese, alguien que nos ayudara si es que Joseph aún estaba vivo.

Un curioso panorama me aguardaba al llegar a la Avenida Tulane, en mi camino al centro de la ciudad...
A priori, pasè de largo, interesado en nada, viendo de reojo como una ambulancia -con sus luces girando en señal de emergencia- se encontraba incrustada en una valla.
Andar un par de metros mas, con la imagen de sangre salpicando el parabrisas allì donde el conductor debìa sentarse me hizo volver sobre mis pasos.
"Vivos muriendo, muertos viviendo" me dije con media sonrisa en la boca.
Volvì para observar más detenidamente el rostro de aquellos que hacían honor a su bien merecido adjetivo de mortales.
Estacioné a prudencial distancia mi YZF R1, y caminé haciendo grugir los vidios estallados bajo mis borsegos.
"¿Salvadores salvados?" me pregunté al escuchar por sobre el estrèpito del lejano tráfico, y el chillar de las cubiertas aún girando casi por inercia sobre el pavimento, la respiración entrecortada de un humano.
"Mujer, jóven" me vino a la mente. Entrecerré los ojos, y me vi tentado a dejarla en su sitio... Uno, dos pasos más. Por el ravillo del ojo, los transehuntes cercanos hacìan caso omiso, cual si no fuera su asunto.
"Y hay quien tiene esperanzas en èstos" pensé molesto haciendo crugir el cuero de mis guantes, ya con los puños cerrados, cual lo hiciera lejos, en mi España natal.
"Por aquèl entonces la gente llana creía que todo cambiaría si venía al Nuevo Mundo, mi esposa también lo creía".
Cual si ese recuerdo, extrañamente vívido -quizá idealizado- me empujara a actuar, tuve a bien tantear las manijas de la compuerta lateral...
"Cerrado"
-¡Hola! ¿Alguien que me oiga? vociferé, y sin esperar, tiré del portón lateral hasta arrancarlo en seco de su sitio... Y allí, sentada cual si nada pasara, pero con los ojos llenos de lágrimas ¿Quizá por sus compañeros? Una hermosa muchacha de cabellos trigueños recojidos en un rodete -de trabajo evidentemente, mas no ocultaba el largo del mismo- y una piel clara... Demasiado.
Tendí mi mano para auxiliarla, y salir...
-Venga, salga de aquí, en instantes regreso a por ellos...Estarán bien.
Dije aún a sabiendas que uno de los dos estaba ya intomable, y el otro, en breve le seguiría salvo que pusieran a cero el andar de su corazón, que lo desfibrilaran y detuvieran la cacofónia que amenazaba con parar en seco...

Estaba totalmente contrariada y tenìa una pequeña cortaba en el brazo izquierdo, nada de cuidado pero cuando el aire de la noche me golpeò y pude ver a aquel hombre, me sentì casi feliz. Yo sabìa que Daniel estaba muerto pero no sabìa què habìa pasado con Joseph. Le di las gracias entrecortadamente y luego le pedì que ayudara a Joseph.

-El conductor puede estar con vida, tengo que verlo...

Iba a levantarme pero cuando lo intentè, no fui capaz de ponerme en pie, pero aquel hombre estaba yendo a verlo. Cerrè los ojos para tratar de recuperarme, mientras aguardaba pensaba en los pobres padres de Daniel y me di cuenta que pronto tenìa que hablar con mis padres, no podìamos seguir asì. Abrì los ojos y mirè el celular, aùn sin señal, justo cuando màs lo necesitaba.

Hermosa pensé.
Vi la terquedad en sus ojos, y sencillamente me limité a seguirle la corriente
Demasiado tarde para él murmuré con voz queda -impostada- Aún hay peligro aquí, permítame dije al pasar un brazo por debajo de sus piernas y uno por su espalda, intentado mantenerla en la misma posición que se encontraba.
Aún demasiado aturdida para protestar, o resignada quizá, salimos de aquella unidad de emergencias, cuando quizá a diez, doce cuadras, se escuchaba ya el sonido de la sirena que habría de socorrer a los socorristas.
El latido de su corazón, cual compás acelerado, sonaba tanto más fuerte ahora, en mis brazos, que dentro del vehículo.
Nos alejamos a distancia prudente, y
No se duerma señorita, venga, hábleme. Arielus, Ariel, es mi nombre... Cuénteme, trabaja lejos de aquí? digo, por decir, y porque ahora me interesa.
El resplandor de los faros y el ulular de las sirenas ya está próximo, incluso, a la vista de cualquiera...

¿Ambos habìan muerto? ¿Y yo? ¿Què ironìa del destino me habìa hecho sobrevivir sòlo a mì? Sentìa que no habìa razòn y entonces me levantò entre sus brazos y no pude menos que sentirme agradecida hacia èl. Como mèdico, sabìa que no debìa dormirme, aunque me sentìa con muchas ganas de cerrar los ojos. Escuchè su nombre en medio del ulular de las sirenas.

-Me llamo Jada y soy mèdico cir... El hospital està a unos diez minutos de aquì pero ya vienen...

Respirè profundo y cerrè los ojos tenìa dolor en un brazo y en el pecho, seguramente un golpe pero no me sentìa capaz de mantenerme despierta. Ademàs, sentìa culpa por aquellos dos muertos que dejabàmos lejos.