Reencuentro

Dije seis. Decididamente. Como si el decretar lo hiciera realidad, como si soñar realmente fuera tan sencillo como antes... Antes... Ese lugar tan difuso y complejo, un universo paralelo que abarcaba eones. Siglos de impresiones, cuasas y efectos entreverados como amantes volutas de humo.
Tanto me abstraje en la ensoñación que perdí consciencia de dónde estaba. Me encontré observando los delicados movimientos del florista: podía palpar en el aire su bondad, sus ojos rezumaban amor y dedicación. Me encantaba verlo trabajar con tanto ahínco en una tarea tan presumiblemente sencilla.

El sol recién se había puesto. Lamenté que el exceso de nubes no permitiera disfrutar del rojo ocaso. El mundo exacerbaba mi ánimo contemplativo no sólo estaba nublado sino brumoso, todo envuelto en un halo fantasmagórico tan característico de esta bella ciudad.

El florista maniobraba las varas de Nardo con un arte magistral
Si, seis varas de Nardo... Para seis de nosotros. Los que alguna vez fuimos.
Había mucha luz en ese turbio pasado. Demasiada tal vez.

Voy a verte, nos estamos llamando.

La lluvia se olía en el aire. Amaba las noches como esta en que los nubarrones parecían cortinas de terciopelo violeta que colgaban del baldaquín del cielo, los aromas y hedores de la gran ciudad se alzaban como voces de una misma pieza, antagónicos pero en secreta armonía.
A medida que caminaba por la transitada calle principal la gente se agolpaba contra mí de manera deliciosa y mitigaba el intenso frío que me producía el no haber bebido sangre todavía, mis botas chapoteaban en los charcos que la lluvia anterior había dejado y mi impermeable me resguardaba de la brisa fresca: tal parecía que me había levantado de la tumba destemplada.
Llevaba la capucha puesta para que la lluvia no me arruinara el cabello, vanidad impropia de alguien con más de dos siglos, me dije, pero en fin, no me gustaba andar húmeda, no ma había gustado ni siquiera cuando era mortal.
Andaba envuelta en mis propias cavilaciones, sondeando las mentes de los transeuntes para ver quién sería el afortunado que me sirviera de cena, entonces la vi, o más bien, la presentí; una presencia inmortal cercana, conocida, tuve que pararme en una esquina y mirar con detenimiento a mi alrededor hasta que al fin di con ella; la conocía, claro que la conocía.
Crucé la calle directo hacia el puesto de flores y me situé a sus espaldas, vi el ramo de flores blancas, inmaculadas –Vas a verlo –solté sin mediar saludo, quizás por el shock de haber caído en la cuenta de para quién eran las flores –Hola.

Hacía semanas que pensaba en nosotros: un delicioso sexteto de jóvenes que amaba y disfrutaba de la vida en toda su extensión. Qué hábiles habíamos libado todos los néctares que este mundo pudiera ofrecer. Nuestra lujuria sólo era comparable a la de los grandes Emperadores... Ahora todo aparece tan calmo, tan vacío. Las brasas de ese fuego aun arden en mi corazón, me conozco y sé que basta un leve soplo para que Roma vuelva a arder.
Al tiempo que meditaba, clamaba internamente: Patrick ya voy. Esperaba que me oyera.

Súbitamente, oí la voz de Morgana - mi amada compañera de joviales andanzas - giré y la vi tan bella como siempre. Parecía un sueño, una aparición. Fue tal la sorpresa que por un momento dudé de que fuera ella realmente. No entendí sus palabras, habrá sido un saludo:

- ¡Hola! Querida mía, llegas temprano ¡qué alegría verte! Vamos, caminemos, tengo tanto que contar: acabo de llegar de viaje, lo sabías. Estuve en India y Nepal, dos lugares fascinantes que rezuman historia: cada árbol, cada piedra, incluso cada estrella tiene algo que decir

Tomé su brazo y la impelí a seguir mi paso al tiempo que inundaba su mente con imágenes de paisajes y detalles

¿Me había dicho que llegaba temprano? Pero si me la había encontrado de casualidad... A menos que no fuera así, con ella nunca se sabía. ¿Por qué siempre intuía que estaba un paso delante de mí? Cada vez que me cruzaba con ella no podía evitar sentir que formaba parte de un plan urdido mucho tiempo atrás en su mente.
Al escuchar su forma de hablar, tan barroca, su cadencia, los recuerdos de las incontables noches que habíamos compartido con nuestro grupo mortífero hacía ya tiempo atrás me vinieron a la mente como una ola que rompía contra las rocas y las laceraba... al igual que el mar los recuerdos pueden ser implacables.
–Siempre incansable en tu afán de conocer hasta el más recóndito rincon de este planeta –solté mientras le sonreía y me dejaba llevar por el suave contacto de sus manos, –Otros en cambio apenas podemos abandonar el lugar en el que nacimos a las estrellas.
La observé de reojo, seguía tan hermosa como siempre aunque con un dejo infinitamente triste en el fondo de sus ojos miel. La larga cabellera rubia le caía sobre los hombros y por la espalda como retazos de una seda delicadísima, los hombres la fulminaban con la mirada mientras atravesábamos la multitud y ella seguía hablándome, inconsciente como siempre de su deslumbrante belleza.
–¿Has tenido alguna noticia del resto del grupo? –inquirí. La brisa me produjo un leve escalofrío, ¿o era el hambre? Tenía que alimentarme.

- Tuve noticias, ya las tendrás tu también. Mañana en la noche cenaremos todos juntos una vez más... Por eso estás aquí. Me alegra que llegaras antes que los demás pero, ¿qué es lo que sucede? Tu palidez... ¡Ah! ¿es que aun no cenaste? Es una pregunta retórica...

Los había llamado a los cuatro y sabía que vendrían: los necesitaba. Siempre los viajes me llenaban de ese sentimiento exhultante, esa intensa necesidad de compartir lo que había conocido... Tenía nostalgia de los tiempos pasados, de los abrazos, las complicidades... Los caminos del destino nos habían unido irremediablemente en la eternidad.

Amainé el paso. Morgana necesitaba alimentarse. St. Claude Ave no era un buen lugar para semejante empresa, de modo que nos detuvimos en Japonica St en busca del lugar y el ser propicios.

Noticias, noticias, noticias... eso solo podía significar una cosa: había una nueva directiva de parte de la Emisaria del Fuego. Hacía un tiempo que ese nombre circulaba cuando se hablaba de Maharet, ella no había querido que la llamaran "Madre" ni "Reina" por las referencias obvias a Akasha, cuyo nombre todavía provocaba un escalofrío para algunos de nosotros. Emisaria del Fuego parecía correcto, y no solo por su cabello... se corría la voz de que una vez había consumido hasta las cenizas a un par de vampiros que peleaban por un territorio, desde su refugio a 2000 km de distancia.
El solo pensarlo me hacía estremecer. Todo había cambiado tanto desde que la Reina se había levantado y había muerto, dejando tras ella las cenizas de todos los que se llevó; solo quedamos unos cuantos cientos o miles de todos los que éramos. Era un hecho que la Reina no había matado a todos, solo a los contrarios a Lestat, su pupilo. Y luego, cuando la nueva asamblea se conformó a su muerte Maharet había enviado un mensaje mental a todos los sobrevivientes para que se presentaran en la Isla de la Noche para conocernos entre nosotros. Jamás olvidaré esa noche en que conocí a la segunda vampiro más poderosa.
–Cenaremos todos juntos, qué encantador... –me reí entre dientes. Recordé la última vez que una de esas cenas había tenido lugar, el resultado había sido de 12 cuerpos esparcidos por una sala de paredes blancas y molduras doradas con pisos de mármol veteado gris claro.
–Es verdad, necesito comer –me sinceré bajando la mirada a la luz violeta de neón que se reflejaba en mis botas, chapoteé en un charco un poco, disfrutando del aire infantil de la escena porque lo que haría a continuación no tenía nada de infantil. –Busquemos un bar en el que pueda servirme un buen trago –me reí.

La fachada del edificio era simple: destacaba del resto de las construcciones por su inmaculado color gris perla. Dos ventanas de postigos negros abiertos dejaban ver las cortinas de terciopelo bordó. La puerta negra de antigua madera ostentaba un grueso herraje.

Entramos.

Destiny´s Dragon se había convertido en un bar de culto, el lugar mas exclusivo de Nueva Orleans. No cualquiera podía aventurarse a entrar sin ser confrontado por dos amables e implacables guardias de seguridad

- Miss Wilhelmina... tanto tiempo...
- Buenas noches George, ¡he venido con una amiga! Ubícanos en medio del salón por favor

George era el jefe del equipo de seguridad. Los movimientos que se realizaban en el Dragón ameritaban la presencia de un pequeño pero contundente grupo de mercenarios devenidos en guardianes del orden. Por lo menos de la puerta hacia adentro.
A menudo pasaba noches enteras allí y George solía acompañarme: conversábamos largamente o nos acompañabamos en silencio. No le había contado acerca de mi viaje... ya habría oportunidad.

Por el momento, mi prioridad era Morgana, sabía que no podría ni debería entablar una conversación seria con ella mientras su institnto bregara por alimento...

Nos escoltaron al centro del salón tal como solicité. La mesa estaba engalanada más de lo habitual, más que las de los demás asistentes... Mantel de terciopelo rojo, detalles en cuero negro, rosas rojas "Ah George, qué galán. Es como si hubieras sabido que vendría"

Tomamos asiento en silencio.

Patrick, demoraré... pero ya estamos cerca...

De pronto lo advertí

Un cruel presagio... Aquel presentimiento que me obligó a retornar de viaje antes de lo previsto "Mina..."
Su voz me petrificó, lo sentí acercarse avanzando como la bruma, como la consciencia emerge desde lo profundo del ensueño.
"Mina"
Su tono imperativo no reflejaba enojo sino urgencia y desconcierto. Me sentí impelida a responder, pero no pude siquiera articular pensamiento.
Sentí mis manos húmedas. Contemplé estupefacta las mínimas gotas de sangre que las bañaban, éstas se fundían formando pequeños canales que corrían desde la piel hasta el fino invidividual de seda que descansaba sobre el mantel... Estaba sudando

Le pasé la mano por el rostro para que mi caricia recogiera sus perlas rojas –¿Qué te ocurre? Aquí la que no se ha alimentado soy yo, no tú– bromeé, pero enseguida vi que se sentía perturbada y algo desorientada, no pronunciaba palabra y miraba a un punto fijo sin pestañear –¿Salimos? ¿Te encuentras bien? Por favor, dime algo –casi rogué.
Me paré y la quise mover para que me acompañara hacia la puerta pero fue inútil, ella era mucho más antigua y fuerte que yo, era como tratar de mover a una roca.
–Mina –le apreté el brazo suavemente para ver si de esa manera la hacía salir del trance –Mina –volví a murmurar –Vamos, amiga, vamos afuera, quizás un poco de aire te venga bien.

Al roce de la mano de Morgana reaccioné: la tomé firmemente en mis brazos y salimos de allí con la velocidad de un rayo. Esa facilidad de movimiento que nos dan los años...

Sólo visualicé el lugar hacia donde nos dirigíamos y en instantes llegamos a la cripta de Saint Bernard Memorial Garden

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Al entrar lo vimos de pie, sosteniendo por el cuello el cuerpo inerte de un muchacho. Su mano enorme se cerraba como una trampa sobre aquella carne, su apariencia contrastaba con la delicada piel mortal...

Giró lentamente la mano de modo que viéramos el rostro petrificado en una mueca de horror y dolor, indudablemente se arrepentía de haber querido profanar esa tumba.

Ni una gota de sangre en la escena.

"El orden de las cosas es el caos" Esa voz, cuánto la había extrañado... Cuantos siglos amargos y dulces sin tí, amigo "En un momento nos lanzamos a la aventura sin saber qué cazador se encuentra al otro lado de esa puerta. La aventura, queridas, es el alma misma y el cazador, pequeñas, es uno mismo"

Bien conocía de mi amigo su amor por la filosofía, por el ser y la causa y efecto de todas las cosas: fueron estos pensamientos lúcidos los que lo llevaron a permanecer siglos enteros en estado contemplativo...

Sigilosos y desorientado pasos de mortal se sentían en el exterior...
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Estimada Wilhelmina:

Sea más precavida en el uso de sus poderes en el lugar público con mucha concurrencia, podría suscitar fundadas sospechas en los humanos que la rodeen. Por esta vez no habrá llamado de atención, sino solo una advertencia ya que es una situación que se solucionaría si estuviese habilitada la ficha.

Sigan jugando

Me quedé anonadada ante el espectáculo que se desarrollaba ante mis ojos, hacía décadas que no veía a Patrick de pie y hablando, no pude ocultar cierto placer al verlo sostener al muchacho por la garganta, un escalofrío de excitación me recorrió la espalda y me erizó el vello del cuerpo. Quizás era el hambre, quizás la ansiedad, sentía que estaba perdiendo algo de control.
Los pasos se acercaban hacia la puerta de la cripta, por más que la mujer (podía oler su perfume) trataba de ser lo más sigilosa posible su presencia era palpable para mí, para nosotros.
Me situé junto a la puerta y en cuanto se asomó para ver qué ocurría adentro de la cripta la tomé por el cuello y la arrastré al recinto, le clavé los colmillos sin miramientos.
En cuanto la sangre llenó mi boca un sentimiento de profundo alivio invadió mi ser, fue un verdadero esfuerzo alejarla cuando estaba ya inconsciente y no matarla, como la sed me pedía que lo hiciera.
Por ahora con esa dosis estaba bien, pero antes de que terminara la noche necesitaría más sangre.
Deposité el cuerpo en una losa de un nicho a mi izquierda, miré alternativamente a Mina y a Patrick a la expectativa de lo que ocurriría solo rogaba que no volviera a dormirse otra vez, estos humanos ya conocían su ubicación y nos sería imposible moverlo si caía inconsciente.

Tan pronto Morgana depositó el pequeño cuerpo dormido sobre una de las mesas de mármol, Patrick se abalanzó sobre ella.

Aun sosteniendo en su diestra el cuello del muchacho, tomó con la siniestra el cuello de la muchacha. Oimos cómo se pulverizaban las vértebras cuando su mano se cerró como una tenaza...

Levantó los dos brazos blandiendo ambos cadáveres, su rostro exhultante irradiaba plenitud: como si hubiera hecho el mayor de los descubrimientos.

- Este es el don supremo del Ser Mortal: vivir su vida con toda intensidad ya que la vida pende de un hilo a cada momento. Esta certeza de la muerte los impele a la acción, a buscar la trascendencia en los hechos y en los recuerdos que generen durante sus vidas.

Tomó asiento al tiempo que me acercaba a él con mis manos extendidas buscando las suyas. Aún conservaba los cuellos en ellas. Me miró y sonrió. Tomé su rostro en mis manos y le besé la frente. Una mezcla de asombro, felicidad, gratitud y preocupación me invadían.

Lanzó una pícara mirada a Morgana.

- Queridas, son tan bellas... Buenas noches

Patrick volvió a dormir.
Una deidad macabra en su trono de ébano, aderezada con un fino traje de pana azul y una víctima en cada mano.
Un par de lágrimas atinaron a correr por mis mejillas, las enjugué oportunamente con mi pañuelo.

- Será mejor que te vayas, pequeña - dije sin voltear

Contemplé muda de fascinación y de espanto la escena, los cuerpos inertes de los jóvenes en sus manos que, como garras de águila, sostenían los cuellos sin darles tregua.
Por más que hubiera deseado replicar a alguna de sus cavilaciones no hubiera podido, estaba tan estupefacta que no era capaz de articular palabra. Casi había olvidado lo hermosos y terribles que podíamos ser, tan acostumbrada que estaba a lidiar con mortales últimamente.
Al verlo volver a su descanso de la misma manera abrupta y mecánica que lo había devuelto a la vida, como si los secretos resortes que habían activado su habla y su caminar se hubieran truncado, suspiré internamente de alivio y me sentí avergonzada de mis temblores, por más que trataba de disimularlos podía ver a mis manos trémulas escondiéndose entre mis ropas.
Ojalá que Mina no notara el miedo que por un instante me había invadido y la arrolladora excitación que lo había seguido, todavía tenía el gusto de la sangre en mi paladar, la respiración jadeante y un sonrojo persistente en mis mejillas: aquello había sido un festín de sangre.
Creo que ni siquiera me despedí, solo incliné la cabeza y salí del recinto, no tenía idea de cómo iba a lograr Mina moverlo a un sitio en donde estuviera a salvo del sol pero ese ya no era mi problema, Patrick había perdido el juicio hacía mucho y lo que había presenciado hacía instantes no hacía sino confirmarme que no lo había recuperado... Quizás era mejor que Mina no lo moviera en absoluto, sin embargo mi amiga lo adoraba tanto que no tenía el valor de comunicarle mis ideas.
Al salir de la cripta sondeé los alrededores para verificar que no había más merodeadores; al comprobarlo me fui tranquila hacia las rejas traseras del camposanto y de allí a la noche.

Fin de escena